ECONOMÍA DE LA CONDUCTA, el nuevo marco económico para salvar el planeta

ECONOMíA SOCIAL AL SERVICIO DEL MEDIO AMBIENTE

Una de las contribuciones más relevante sería el uso de nudges (“pequeños empujones”) dirigidos a modificar la conducta de las personas y sus decisiones, de manera predecible  y sin prohibiciones ni incentivos económicos.

En Madrid,  el 13 de diciembre de 2019, la COP25 ha vuelto a poner manifiesto, parece que ya de modo innegable, que la dimensión del problema medioambiental que se está generando se debe a nuestro actual modo de vida. Incluso para aquellos que aún consideran que el cambio climático no es controlable por el ser humano, resulta evidente que nuestros hábitos de consumo y gestión de desperdicios destruyen el medioambiente, contaminando el agua de ríos y mares, extinguiendo especies animales y vegetales y haciendo tóxico el aire que respiramos, hasta el punto de acortar nuestra propia vida.

Según Isaac López Pita, Director del curso Experto Universitario en Behavioral Economics de la Fundación Universitaria Behavior&Law y consultor “Es indiscutible que la gestión del problema exige una intervención a nivel de Estado, con reformas de políticas y desarrollo de una nueva legislación, más adecuada al problema que tenemos que solucionar que la existente en estos momentos. Pero, además del papel gubernamental, cualquier individuo puede ser un agente activo en la lucha contra el problema de la contaminación, con independencia de lo que se haga a nivel macro y sin necesidad de una legislación punitiva que le haga sentir temor por contaminar”.

Según Isaac López, La Economía Conductual ofrece un buen sistema para este propósito, para esta tarea de convertir al mayor número de ciudadanos en agentes activos contra la contaminación. Esta disciplina emergente, que no para de acaparar premios Nobel, ha demostrado empíricamente cómo las decisiones de los individuos no son racionales, sino que se toman en gran medida desde la intuición y mediante el uso de heurísticos (atajos mentales simplificadores) y que, además, se ven afectadas por una gran variedad de sesgos cognitivos, pero también cómo muchas de ellas pueden ser dirigidas mediante intervenciones en la arquitectura de las decisiones. En concreto, para el caso que nos ocupa, estas intervenciones se pueden llevar a cabo, principalmente, mediante la aplicación de nudges.

Los nudges (“pequeños empujones”), son cualquier aspecto de la arquitectura de decisiones que modifica la conducta de las personas, de manera predecible sin prohibiciones ni incentivos económicos. Así han sido definidos por Richard Thaler y Cass Sunstein, figuras destacadas en el ámbito de la Economía de la Conducta aplicada a nivel gubernamental.

Gracias a sus contribuciones y a las de otros miembros de esta pujante corriente de pensamiento económico, las autoridades públicas de diferentes países están incorporando las herramientas de la economía conductual para mejorar la eficacia de las medidas políticas y legislar de manera más efectiva, basada no solo en obligaciones, prohibiciones y sanciones.

Parece que es el camino correcto, porque la realidad ha demostrado que de poco sirve establecer sanciones a los infractores de una normativa cuando no existen procedimientos que posibilitan su identificación. En esos casos, el “como te pille te vas a enterar” vale de muy poco y es mucho más eficaz ayudar a la gente a no cometer infracciones que el sancionarlas.

Aquí los nudges adquieren su gran protagonismo, en cuanto pueden ser utilizados como instrumentos complementarios a las sanciones y/o los incentivos económicos. Se trata de diseñar sistemas de intervención, no coactivos, en la toma de decisiones que dirijan a la sociedad en pro de lo que se considera “mejor opción”, que en este caso trata de un mejor futuro medioambiental.

De hecho, uno de los sectores en los que es especialmente útil el uso de nudges es en el que se refiere al medio ambiente, donde sin restringir el derecho individual, se puede conseguir un gran impacto a bajo coste, ya que se trata de un ámbito donde la orientación o el consejo pueden ser más eficaces que las sanciones y las prohibiciones, incluso cuando ya existe una sensibilización social respecto al problema.

En el seno de la Unión Europea, muy parca aún en desarrollos normativos en materia de nudging, existe ya una directiva del Consejo Económico y Social que señala expresamente que “en lo que se refiere al comportamiento y al consumo responsable, es decir, a reducir el consumo de recursos naturales, existe todavía un desfase entre la sensibilización de las personas y sus comportamientos diario”.

En el mismo texto se reconoce que los nudges se presentan como una herramienta especialmente interesante para responder a determinados desafíos medioambientales por lo que resulta interesante fomentar su usocomo complemento de las herramientas tradicionales.

En España, recientemente se ha creado, en el seno del Colegio de Economistas de Madrid, el Observatorio de Economía de la Conducta de la mano de la Fundación Universitaria Behavior&Law (https://observatorioeconomiaconducta.org). Existe también un incipiente movimiento jurídico interesado en el tema. El artículo publicado por la doctora Elisa Moreu (1) es un excelente ejemplo de este interés, centrado además especialmente en políticas medioambientales, y viene ilustrado con ejemplos donde estas herramientas conductuales se han implementado con éxito en diferentes países del mundo, en distintos continentes, en el área de conservación del planeta.

Una acción tan sencilla como dar información a los consumidores sobre su consumo energético real y su relación respecto a la media, (y mejor si se hace lo más rápidamente posible), se ha demostrado que reduce notablemente el consumo de luz o gas. Optar por  la factura digital como opción por defecto (es decir, se hace siempre salvo que el usuario indique lo contrario) tiene un alto impacto de ahorro energético (papel, tinta, luz, transporte…) Son dos ejemplos, tan solo dos ejemplos, que muestran cómo desde las aportaciones de la Economía de la Conducta se puede contribuir a luchar contra la contaminación, evitando malas prácticas, causadas con frecuencia por la falta de información y contrarrestando los errores sistemáticos y predecibles derivados de nuestra tendencia natural, poco reflexiva, a mantener nuestros hábitos tradicionales contaminantes (sesgo de status quo) a pesar de que nos perjudiquen.

Sería descabellado pensar que solo con los nudges y otras herramientas de la ciencia conductual se puedan resolver los problemas de contaminación, pero sí pueden contribuir a ofrecer soluciones muy eficaces y aún más rentables desde el análisis coste-beneficio, porque todo importa y los pequeños detalles, aparentemente insignificantes, pueden tener un importante efectoen la conducta de las personas.

Todos nosotros, a nivel individual, en nuestras comunidades y en nuestros puestos de trabajo podemos poner en marcha sistemas basados en las aportaciones de la Economía de la Conducta, ayudando (y ayudándonos) a actuar sosteniblemente en beneficio de todos. La COP25 debería ser un buen momento para empezar a ocuparnos a nivel individual de utilizar herramientas que nos faciliten la toma de decisiones más adecuadas para nuestro futuro, más allá de lo que decidan los gobiernos.

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